MESA DE SALDOS
Siempre fui un lector de mesa saldos. No pretendo inaugurar
una nueva categoría o algo por el estilo y de hecho ignoro si la afirmación que
abre la presente constituya algo de lo que enorgullecerse: para canchereadas
escritas me basta con la existencia del twitter, ese terreno fugaz donde, entre
otros, los inquisidores de usos y costumbre sentencian a sus anchas. Pero no
quiero explayarme sobre este punto aunque de paso me interesaría aclarar que no
tengo ni pienso nada bueno ni malo acerca de las nuevas tecnologías; exacto: no
quiero escupir para arriba porque quien dice que el día de mañana me abra una
cuenta en el patio del pajarito azulado.
Regresando: siempre fui un lector de mesa de saldos por:
a) una cuestión de precios.
b) porque revolviendo mesas y bateas de libros he encontrado
ejemplares los cuales desconocía su existencia, dejaron de editarse y/o
anhelaba conseguir.
Lo de los precios creo que es elemental y constituye una
razón entendible: la diferencia económica suele ser bastante grande entre un
ejemplar nuevo y uno de saldo y/o usado; en cuanto a la segunda razón, creo no
necesita aclaración alguna.
En esas mesas y bateas que he recorrido la mayor parte de mi
vida, me he encontrado con obras (¿o esas obras me encontraron a mí?) cuya
lectura no solo me ha dado placer sino que me han nutrido y en no pocos casos,
cambiado y expandido mi visión de las cosas. El disfrute no pasaba – ni pasa –
por haber adquirido un libro más barato de lo que costaba en su momento; eso
constituye un mero detalle, casi anecdótico. Quiero decir que de haber tenido
disponible el dinero lo hubiese pagado con gusto. Uno suele ser hijo de la
necesidad, y eso está lejos del mero amarretismo.
Todo esto no significa que NUNCA haya comprado libros nuevos
o recién editados: lo hice muchas veces y lo sigo haciendo; numerosas obras
nunca van a parar a las mesas de saldo, y de conseguirlas usadas, si son caras,
habrá realmente poca diferencia de precio. Y otro factor importante es la
impaciencia o la urgencia: pocas veces tuve la pasta suficiente para esperar
que un libro que ansiaba leer descendiera los necesarios peldaños económicos
para aterrizar en las bateas de las librerías. He de reconocer que cuando
observo mi biblioteca y me topo con algunos de esos ejemplares que adquirí
nuevos y recuerdo haberlos pagados casi su precio en oro, eso no me pone mal
pero si me pica en alguna parte.
LA SOMBRA DE
LO QUE FUIMOS
El color rojo que predomina en su tapa sumado al dibujo de
la hoz y el martillo – inconfundible símbolo del comunismo - que flota, etéreo,
dentro de un pocillo de café que se adivina recargado, hace suponer a priori
que se trata de un manual o ensayo político; pero esa sensación se desvanece
rápidamente al leer el título de la obra; efectivamente, se trata de una novela
y su portada, contundente, quizá no le hace la justicia necesaria a una
historia que excede por lejos el símbolo político.
Todo transcurre en Chile, lugar en que tres amigos – Cacho
Salinas, Lolo Garmendia y Lucho Arancibia, de comprometida militancia de izquierda
- se vieron obligados a partir al exilio luego del golpe de estado llevado a
cabo por Augusto Pinochet; pasados más de treinta años desde entonces, los tres
hombres se reencuentran convocados por un antiguo camarada de legendario y
huidizo pasado: Pedro Nolasco, cuyo apodo, La Sombra, le hace justicia. La razón de la
convocatoria es dar un golpe no exento de contenido revolucionario. Pero una
banal fatalidad sesga la vida del temerario Nolasco cuando se dirige al
encuentro, por lo que los convocados, de seguir con el plan, deben apañárselas
sin él, el cerebro de la operación a emprender.
Encuadrada en un esquema de carácter policial, la novela
constituye una aguda y paródica observación sobre la historia de Chile ocurrida
durante los últimos 35 años observada por los participantes de la trama con la
necesaria distancia y la enseñanza – y por que no también con la decepción - que
procura el paso del tiempo. Luís Sepúlveda, poseedor de un estilo finamente
irónico y que no deja de lado la profundidad, construye un relato de adorables
perdedores y ambientes urbanos que consigue conmovernos. Por otra parte se
adivina que el agitado contexto político que rodea la novela está construido
fundamentalmente por vivencias personales - generacionales del autor que
contribuyen de manera determinante a enriquecer la obra.
Para aquellos que no lo tienen, Luís Sepúlveda no es un
recién llegado al mundo de la literatura: internacionalmente galardonado en
varias ocasiones, actualmente reside en España y es uno de los escritores en
lengua española más leídos y traducidos en Europa; El viejo que leía novelas de amor, su novela más reconocida hasta
la fecha, vendió 18 millones de copias y fue llevada al cine en dos ocasiones.
Y dos datos finales más que interesantes: la novela tiene
174 paginas; buena y breve, y si aun queda en mesas de saldos, no la pagaran
más de 20-25 $.
Ay! Encontré a mi alma gemela... Pregunto: está mal llevar la obsesión saldera al punto de analizar la relación autor/cantidad de páginas/precio?
ResponderEliminarNos cruzamos por ahí...
Admito que yo(aun)no he llegado a tu nivel de meticulosidad, pero creo que en este terreno todo vale. Beso y gracias por el mensaje.
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