Resident Evil 5: retribution
EL CLON DE UN CLON
CALIFICACIÓN: REGULAR
Allá por 2002, la aparición de Resident Evil (El huésped
maldito, Paul W. S. Anderson), significó una bienvenida revitalización del por
entonces alicaído subgénero de zombies; la historia, basada en una serie de
videojuegos (y devenida en una franquicia de medios que incluye historietas y
novelas y películas) partía desde un concepto muy caro y característico del
subgénero reglado por el padre contemporáneo de la criatura, George Romero: la
crítica social hacía los oscuros estamentos del poder corporativo, en este caso
motorizada a través de una historia de terror con toda la impronta proveniente
del gore-splatter.
Desde aquella primera entrega, Paul W. S. Anderson se abocó (alternando
como guionista, productor y director) a construir toda una saga cinematográfica
(Resident evil apocalipsis, 2004; Resident evil: extinción, 2007; Resident
evil: afterlife, 2010) hasta llegar a las que nos ocupa: Resident evil 5:
retribution.
Si a medida que transcurrieron las pasadas entregas el
aspecto visual se fue definiendo hasta encontrar una suerte de estilo propio
principalmente deudor de Matrix, (Larry y Andy Wachowsky, 1999) y que terminó
de configurarse con la cuarta entrega, Resident evil: Afterlife, también fue
notable la decadencia argumental que experimentó la saga, paradójicamente
también a partir de esa referida cuarta entrega: las coreografías de acción y
los efectos especiales adquirieron una merecida importancia aunque en
detrimento de las tramas y el espesor argumental que la saga sostuvo medianamente
hasta su tercera entrega.
En esta ocasión, la historia es mínima y funciona tan solo como
una mera excusa – por momentos no muy coherente y con escaso vuelo imaginativo
- para que Alice (una pétrea Milla Jovovich) emprenda su lucha contra la Corporación Umbrella,
esta vez manejada por La reina roja – la niñita “holográfica” que conocimos en
la primera entrega de la saga - amante de los procedimientos expeditivos;
tradúzcase esto como eliminar todo aquello que sea humano. En esta oportunidad,
Alice tendrá por compañía a algunos co-protagonistas fallecidos en las entregas
anteriores pero que merced a la magia de la tecnología regresan, algunos como
aliados y otros como enemigos. Ya con el juego planteado, todo se reduce a un
periplo virtual por algunas emblemáticas capitales mundiales (Nueva York,
Tokio, Moscú) que desemboca, mediante tiros y explosiones, en… una base de
submarinos, remanente de la antigua unión Soviética.
Y en medio de todo este despliegue escénico – realizado para
justificar un correcto 3D por otra parte perfectamente prescindible –
transcurre la acción que cuenta, eso si, con una interesante fotografía y
efectos visuales, aunque el esquematismo de las escenas de acción – y ante el
poco interés que despierta la trama – terminan resultando, con la excepción del
comienzo, monótonas, como el transcurso de la película.
El elenco no necesita recurrir a grandes reservas de talento
para interpretar sus esquemáticos papeles. Resalta Michelle Rodríguez, quien
impone su fuerte presencia obsequiándonos los momentos más disfrutables del
entresijo. Otro de los escasos aciertos del filme consiste en sus noventa
minutos de duración; de haberse extendido hubiese empeorado el resultado, lo
que no es poco decir.
Todo transcurre entre zombies que no asustan en medio del
vacío dejado por una historia que se echa en falta; lo que sumado a diálogos
elementales, el asunto transcurre ante la visión de un ballet pirotécnico y sin
alma. Indicios claros de una saga al final de su camino.